Mucha gente cree que el propósito de la vida es ser feliz. El judaísmo cree en la fuerza y la importancia de la alegría. Sin embargo, la felicidad no es una meta, sino una forma de vivir la vida. No corremos tras la felicidad, porque quienes la persiguen sólo acaban alejándose de ella. La felicidad se obtiene a través de nuestras actitudes y nuestra manera de ver la vida y cómo vivimos en este mundo. Veamos cómo ven el judaísmo y algunos de nuestros Sabios la felicidad y qué camino nos recomendaron tomar para alcanzarla.
La felicidad y la alegría constituyen un Mitzvá, un mandamiento de la Torá. Varios de sus versículos ordenan claramente a los humanos servir a Di-s con alegría. El Baal Shem Tov –fundador del Movimiento Jasídico– enseñó que es a través de la alegría como el ser humano sirve verdaderamente a Di-s. Una de sus enseñanzas fundamentales fue la necesidad de que una persona esté siempre feliz y alegre.
Lo encontramos en Tanaj la idea de que el gozo era un requisito previo para que un profeta pudiera profetizar. Por ejemplo, cuando el rey David quiso profetizar, pidió que tocaran instrumentos musicales para levantarle el ánimo. Por otra parte, la profecía dejó de caer sobre nuestro Patriarca Jacob durante todos los años en los que vivió inmerso en la melancolía por la ausencia de su hijo José.
La alegría es, por tanto, un elemento fundamental del judaísmo. Por otro lado, la Cabalá enseña que si la felicidad fuera el objetivo de la vida, nuestra alma no haría el viaje a este mundo, ya que sería mucho más feliz en el Mundo de las Almas, donde no hay sufrimiento ni preocupaciones.
Nuestro propósito en este mundo no es la búsqueda de la felicidad, pero ciertamente es parte de nuestra misión llevar felicidad a otras personas. De hecho, aquí es donde reside el secreto de la verdadera alegría. Somos verdaderamente felices cuando podemos hacer felices a otras personas.
Felicidad versus diversión
Es importante recalcar que existe una enorme diferencia entre diversión y felicidad. La diversión es algo fugaz y sin mucha consistencia. La felicidad, en cambio, es un sentimiento internalizado y bastante fuerte. Divertirse, por ejemplo, podría ser pasar un día en un parque de atracciones; Un ejemplo de felicidad es mirar a los ojos de un ser querido.
En el judaísmo, felicidad no es sinónimo de pasividad: no significa tumbarse en una hamaca sin tener que afrontar desafíos. La verdadera felicidad se obtiene a través de la lucha, el dolor y los logros. Es un estado de ánimo que nos ayuda a conseguir nuestros objetivos: nos da fuerza y nos hace más ágiles, llevándonos a hacer las cosas con más ganas.
Y cabe destacar que la felicidad requiere de una buena dosis de humildad. En muchos casos, una persona arrogante no se permite ser feliz porque cree que todo lo que ha recibido en la vida es muy poco. Una persona arrogante nunca está satisfecha, pues cree que merece más y debe ser valorada incluso más de lo que es. La felicidad, por tanto, es saber disfrutar y apreciar lo que se nos da.
Las puertas de nuestra mente
En primer lugar, debemos saber que ser feliz es un sentimiento que depende de nosotros: de nuestra mente, de nuestras actitudes y de nuestros sentimientos. Si nuestra felicidad depende de factores externos o del estado de ánimo de otras personas, nos resultará muy difícil ser felices. Sin embargo, es innegable que las personas y los factores externos influyen en nuestro estado de ánimo. ¿Cómo podemos evitar que afecten nuestra felicidad? Una famosa historia jasídica enseña cómo afrontar esos desafíos:
Cierta persona estaba pasando por momentos muy difíciles para lidiar con sus problemas. No podía mantener la calma; siempre estaba angustiada y preocupada. Un día, fue a ver a su Rebe para pedirle consejo sobre cómo lidiar con su estado mental. El Rebe le dijo: “Viaja a esa ciudad y busca a ese rabino. Allí encontrarás la respuesta que buscas.” A pesar del duro invierno, el hombre hizo un largo viaje para llegar a la casa del rabino. Fuera de la casa, notó que el rabino estaba sentado frente a la chimenea.
El hombre, sintiendo mucho frío, llamó repetidamente a la puerta de la casa, pero nadie abrió la puerta. Finalmente, después de un rato, el rabino abrió la puerta y lo invitó a pasar. Le sirvió una bebida caliente y dejó a su invitado tranquilo hasta que entrara en calor. El viajero, que había llegado desde tan lejos para encontrar una respuesta a sus tormentos, antes de abordar los problemas que lo aquejaban, preguntó al rabino: “Me di cuenta de que estabas en casa mientras yo llamaba a la puerta. Me gustaría entender por qué tardó tanto en abrirse y permitirme la entrada”. Y él respondió: “Yo no abrí la puerta antes porque es mi casa y abro la puerta sólo cuando quiero. Ahora puedes volver a casa: para aprender esta lección viniste a mí”.
Esta famosa historia jasídica transmite una lección importante: cada uno de nosotros tiene el poder de elegir cuándo abrir nuestras puertas. Metafóricamente, tenemos la llave de nuestra mente y nuestro corazón en nuestras manos: podemos elegir a quién y qué dejamos entrar. No debemos permitir que personas negativas, palabras negativas, pensamientos negativos, problemas y presiones externas entren en nuestra mente y corazón y destruyan nuestra felicidad. Si entran en nuestro corazón es porque les permitimos entrar. Tenemos las llaves de nuestra felicidad.
Cabe mencionar que la palabra hebrea Besimcha, “con alegría” tiene las mismas palabras que la palabra Machshavá, "pensamiento". No debemos permitir que los problemas dominen nuestros pensamientos y nos quiten la serenidad. Pensar constantemente en un problema sólo traerá angustia en lugar de soluciones. También podemos optar por no escuchar todo lo que nos dicen.
Tenemos el poder de abrir nuestras puertas sólo cuando queramos. Esto significa que no hay necesidad de interrumpir lo que estamos haciendo -una cena familiar, una clase o una ocasión especial- cada vez que suena el teléfono o recibimos un mensaje en el móvil.
A medida que dominamos nuestra mente y nuestro tiempo, logramos más felicidad. Entonces, cuando hablamos de felicidad, hablamos, sobre todo, de
control de nuestra mente, nuestros sentimientos y nuestra capacidad para mantener una postura activa y proactiva. Pero controlar la mente y nuestros sentimientos depende –como cualquier otra habilidad adquirida en la vida– del entrenamiento. Es controlando nuestra mente que nos volvemos más fuertes y felices.
Reír y llorar al mismo tiempo.
había uno jasid llamado Rav Peretz que rezaba de una manera única: lloraba con un ojo y sonreía con el otro. Sus amigos le preguntaron cómo era posible llorar y ser feliz al mismo tiempo. Rav Peretz les respondió: mi alegría proviene de mi conciencia de la grandeza de Dios; La fuente de mis lágrimas es la conciencia de mis defectos y fracasos. oh Zohar, un libro fundamental de la Cabalá, explica en profundidad estos dos sentimientos expresados simultáneamente por Rav Pérez. Enseña que la alegría proviene de estar cerca de Dios y las lágrimas del hecho de que los seres humanos son falibles.
Rav Peretz nos enseñó una lección importante: que incluso cuando se ora, uno de los ojos puede usarse para permitir a la persona reflexionar sobre sus acciones y sobre sí misma. A través de la expresión simultánea de estos sentimientos aparentemente antagónicos, Rav Peretz demostró cómo mejorar el carácter con alegría. Vio sus debilidades, pero no permitió que le hicieran infeliz. Los seres humanos experimentamos este conflicto continuamente. Por un lado, vemos nuestro lado bueno –nuestra alma Divina– y nos regocijamos por el privilegio de poder hacer el bien y ayudar a los demás. Por otro lado, todo ser humano tiene defectos y defectos y le cuesta verlos y liberarse de ellos. Hacer una autoevaluación sincera requiere de mucha fuerza y coraje, pues la autorreflexión genuina nos lleva a ver en nosotros mismos una serie de fallas, errores y defectos de carácter.
La persona que ama a Dios y reflexiona seriamente sobre sí misma, acepta sus defectos con alegría sabiendo que son desafíos que Dios le dio. Siente alegría porque sabe que parte de la misión de su vida es crecer y autocorregirse. Si puede identificar en qué es necesario trabajar y mejorar, esto le servirá como trampolín para su crecimiento. Desde esta perspectiva, los fracasos no se ven como debilidades, ya que la persona que tiene fe en Dios sabe que se le ha dado la capacidad de enfrentar tal desafío y prevalecer.
Por tanto, la alegría de poder ver los propios defectos no es un sentimiento contradictorio. El ser humano que vive con esta perspectiva y hace este tipo de autorreflexión nunca será una persona infeliz. Porque cuando reconoces tus debilidades y te arrepientes de tus acciones, tu llanto será expresión de alegría. En cambio, el ser humano que teme ver sus defectos o que cree que no tiene el poder de cambiar y crecer será seguramente una persona infeliz.
Es importante intentar comprender nuestros defectos. Es muy fácil analizar y ver los defectos de otras personas. Sin embargo, ver los defectos de otros seres humanos no es nuestra misión en la vida. Nuestra misión es afrontar nuestros propios fracasos y debilidades y utilizarlos como el impulso necesario para nuestro crecimiento personal. El rabino Yosef Yitzhak Schneerson, el sexto Rebe de Lubavitch, conocido como el Rebe anterior, enseñó que admitir nuestras faltas es una Mitzvá, pero reconocer nuestras cualidades constituye un Mitzvá mucho mas grande.
Rectificación
El rabino Menajem Mendel Schneerson, el Rebe Lubavitcher, trae en sus escritos un concepto muy hermoso sobre el pecado y la felicidad. Escribe que el hecho mismo de saber que incluso cuando cometemos errores, Di-s siempre nos da otra oportunidad es, en sí mismo, una gran fuente de alegría. En otras palabras, saber que siempre es posible cambiar nuestra situación y a nosotros mismos es una gran fuente de alegría.
Cada persona puede, de manera alegre y positiva, cambiar su forma de ser o de vivir: puede elegir tomar otro camino. Es la alegría misma la que nos da la fuerza para cambiar y crecer y así transformar nuestra situación. Por tanto, la alegría es el sentimiento que lleva a una persona a rectificarse.
Confía en Dios
Se cuenta la historia de un gran rabino que se encontró en una situación muy difícil. Tanto él como sus alumnos no tenían nada que comer ni beber, pero mientras los alumnos lloraban, el rabino cantaba. Los estudiantes no entendieron la actitud de su maestro. Le preguntaron al rabino: “¿Cómo puedes cantar en medio de esta situación difícil?” Él respondió: “Mis alumnos tienen motivos para llorar porque esperan que yo los saque de esta situación. Ellos depositaron su confianza en mí. Yo, en cambio, estoy feliz y gozoso porque confío en Dios”.
Esta historia nos enseña que nuestra alegría y tranquilidad dependen de nuestra elección de en quién confiar. Cuando confiamos en los seres humanos, que son falibles –cuando esperamos que resuelvan nuestros problemas o sean la clave de nuestro éxito– siempre tendremos un motivo para llorar. Pero confiar en Dios significa vivir felizmente. El ser humano que realmente confía en Di-s tiene buenas razones para vivir con alegría, porque el que cree que Di-s puede cambiar una situación difícil y, en un abrir y cerrar de ojos, comienza a vivir con más tranquilidad. La confianza en Dios nos da la capacidad de reducir la preocupación, que es tan dañina y destructiva.
Pero confiar en Dios no significa sólo orar. Cada persona necesita trabajar y perseguir sus objetivos, porque Di-s bendice nuestros esfuerzos. Como enseña la Torá, Di-s bendice el trabajo de nuestras manos. Es decir, el esfuerzo humano es el medio que atrae las bendiciones Divinas.
Es necesario esforzarse en resolver los problemas, pero con la alegría y la tranquilidad que provienen de confiar en Di-s. Por eso, incluso en momentos de frustración o preocupación, es posible ser feliz. Esta es la idea de llorar con un ojo y reír con el otro, simultáneamente.
Obtener felicidad
En una ocasión, el rabino Yosef Yitzhak Schneerson, el sexto Rebe de Lubavitch, escribió una carta a una persona que necesitaba aliento para ser feliz. Escribió: “Sé tan alegre como lo estarías si tus problemas ya estuvieran resueltos”. En otras palabras, vive con la alegría que tendrías si estos problemas ya no existieran. Cuando uno vive con fe en Di-s de que todos los problemas se resolverán, es posible vivir con tranquilidad y alegría.
Se cuenta la siguiente historia sobre un tío del Rebe Lubavitch: era dueño de una granja de ovejas que, en una ocasión, fue destruida por un incendio. Como ya era un hombre mayor, la gente tenía miedo de informarle que su granja había sido destruida. Pero cuando se enteró de lo sucedido, mantuvo la calma. Sorprendidos por su reacción, la gente le preguntaba cómo había logrado mantener la calma. Y él respondió: “En uno o dos años, ya no me molestará más. Será parte de mi pasado y seguiré viviendo mi vida. ¿Por qué entonces debería pasar uno o dos años molesto y permitir que este sentimiento me consuma, paralice mi vida, si ahora puedo mirar hacia adelante?
Es natural que determinadas situaciones de la vida nos pongan tristes, frustrados y enojados. Pero nuestro problema es que, en muchos casos, nos olvidamos de lo bueno y sólo recordamos los fuegos de nuestra vida. Nuestros problemas nos consumen durante muchos años, incluso después de que se hayan resuelto hace mucho tiempo.
En la mayoría de los casos, lo que tanto nos preocupa hoy –las cuestiones que hoy parecen tan importantes– pasará y ni siquiera las recordaremos. Entonces, ¿por qué sufrir tanto por algo temporal? ¿Por qué permitir que tales asuntos llenen nuestra mente y nuestros sentimientos? ¿Por qué no seguir el consejo de Rebe Yosef Yitzhak y actuar hoy como si nuestros problemas ya estuvieran resueltos? ¿Por qué tardar años en superar una situación que se puede superar en el presente?
Una persona que sólo se centra en las cosas que salieron mal en su vida diaria –y no en todo lo que salió bien– será una persona infeliz. Alguien que se ponga en situaciones que le resulten perjudiciales será infeliz. Y cuando condicionamos nuestra felicidad a algún factor externo (ganar la lotería o conseguir el trabajo de nuestros sueños), la felicidad se vuelve difícil de alcanzar. Está mal pasar la vida esperando la felicidad.
La verdadera felicidad no depende de situaciones externas, sino de la capacidad de vivir una vida que conduzca a la felicidad. Esto significa elegir ver lo bueno en nuestra vida cotidiana; significa ponerse en situaciones positivas; Significa, sobre todo, elegir ser feliz. La felicidad se adquiere desde el momento en que creas el espacio para que ella crezca y se desarrolle. Cuando un ser humano tiene una actitud positiva y feliz, naturalmente se convierte en una persona más feliz. Cuando un ser humano reemplaza una visión negativa por una positiva, se abre a la alegría y a los cambios positivos en su vida.
Rebe Yosef Yitzhak nos dio una valiosa lección para evitar problemas y preocupaciones: centrándonos en lo bueno y lo positivo, dirigiendo nuestras emociones hacia lo bueno, podremos vivir como si lo que nos aqueja ya estuviera resuelto. A través de la alegría y la felicidad, es posible transformarnos y transformar nuestras vidas.
Alegría y espiritualidad
Está escrito en nuestros libros sagrados que la alegría es el recipiente de la espiritualidad. Es decir, las oraciones son escuchadas y mitzvot tendrán el efecto deseado si oramos y cumplimos los mandamientos de Di-s con alegría.
Cuando uno reza por mera obligación, no hay forma de saber si los efectos de la oración durarán. Pero cuando esta oración va acompañada de un sentimiento de alegría y felicidad, esta oración será válida por muchas generaciones. Esto también se aplica a mitzvot.
Todos Mitzvá lo que se hace con alegría se perpetúa a través de generaciones. Cuando el judaísmo se practica felizmente, resulta mucho más fácil transmitirlo a la siguiente generación. Cuando los padres cumplen mitzvot Con alegría transmiten a sus hijos la idea de que el judaísmo atrae bendiciones, paz y felicidad. Esto anima a los niños a seguir el mismo camino espiritual que sus padres. Por otro lado, si las ceremonias y rituales del judaísmo se practican a regañadientes –en medio de discusiones y discordias– los niños pueden llegar a asociar la práctica de Mitzvot lo opuesto a la felicidad, y esto puede hacer que se distancien de su herencia espiritual.
Es interesante notar que la palabra Mashiaj – la personificación de la salvación – tiene las mismas letras que la palabra Simjá - felicidad. Está escrito, por tanto, que el “salvador” que habita en nosotros es la alegría misma. Según el judaísmo, la alegría es la expresión de la esencia de nuestra alma.
O Rebe Lubavitcher Siempre destacó la importancia de vivir con alegría. Enseñó que en nuestra generación no hay lugar para la amargura, la melancolía o la tristeza. Hoy sólo hay lugar para la alegría y la felicidad. Y no hay mayor alegría que generarla en la vida de otras personas.
El rabino Gabriel Aboutboul es rabino de la sinagoga de Ipanema en Río de Janeiro y orador