“Desde la creación del mundo, nadie había dado gracias a Di-s hasta que Lea vino y agradeció al Señor”. (Talmud).
El patriarca Jacob, hijo de Isaac, fue el progenitor de la nación judía y, como tal, estaba destinado a tener doce hijos de cuatro esposas: Lea, Raquel, Bila y Zilpa.
Dos profetisas, Lea y Raquel, fueron sus esposas. Hermanas gemelas, eran hijas de Labán, hermano de Rebeca, madre de Jacob, a pesar de ser gemelas, las dos eran diferentes, tanto en carácter como en apariencia. Antes de Léa, todas las matriarcas eran descritas como extraordinariamente bellas, incluida Raquel. Pero en el caso de Lea, la única descripción física que menciona la Torá es: “Lea tenía ojos tiernos” (Génesis 29:17). Probablemente no podía ver bien. La belleza de Lea era interna y provenía de su espíritu, su humildad y compasión, que sirvieron de base para la construcción del futuro pueblo judío. Lea, que llegó a simbolizar la devoción al aceptar con resignación lo que la vida significaba para ella, fue bendecida con siete de los hijos de Jacob: Rubén, Simón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón y Dina, la única hija de Jacob.
las nupcias
En el capítulo 29 del Génesis, Jacob, temiendo que su hermano Esaú lo mate, huye de la casa de su padre en Canaán y se dirige a Harán, en Mesopotamia. También estaba cumpliendo un pedido de su padre, que quería que se casara con una de las hijas de su tío Labán. Al llegar a Harán, Jacob se dirige al manantial donde supo que, en el pasado, Eliezer –siervo de Isaac– había encontrado a su madre, Rebeca. Allí conoce a unos pastores y entre ellos ve a la bella Raquel, una de las hijas de su tío, enamorándose inmediatamente de ella: “Y Jacob besó a Raquel y alzó su voz y lloró” (Génesis 29:11).
Jacob le dice a Raquel que ha venido para casarse con una de las hijas de Labán y le pregunta si quiere ser su esposa. Raquel acepta de inmediato, pero le advierte que tiene una hermana mayor. Y que su padre no la dejará casarse primero. Para casarse con Raquel, Labán impone una condición: que Jacob debe trabajar para él durante siete años. Jacob está de acuerdo y la Biblia dice que amaba tanto a Raquel que los años “le parecieron como un día”.
Al final de los siete años, Jacob va a Labán y le exige que le dé a Raquel en matrimonio: “Dame mi novia, porque mis días se han cumplido y me casaré con ella” (Génesis 29:21). Pero Labán quiere retener a Jacob en Harán por más tiempo y decide intercambiar a las hermanas en el banquete de bodas. En su noche de bodas, viste a su hija mayor, Léa, con la ropa de Raquel. Éste, a su vez, que había advertido a Jacob que su padre era “astuto”, había acordado con él algunas señales. Los usaría para hacerte saber que era ella.
Pero Raquel no quiere que su hermana sea humillada delante de todos y le revela las señales a Léa. Y Jacob, sin darse cuenta del intercambio, se acuesta con Lea, quien probablemente permanece en silencio por miedo a su padre y porque ella también amaba a Jacob. El matrimonio se consuma y, a la mañana siguiente, al descubrir que Lea estaba en el lugar de Raquel, desilusionada, Jacob se queja con Labán, quien le explica que hizo esto porque no es costumbre que la hermana menor se case antes que la mayor.
Pero Labán lo consuela diciéndole: “Completa esta semana de bodas con Lea y yo también te daré la nueva semana a cambio de siete años más de trabajo” (Génesis 29:26). Jacob acepta y se casa con Raquel la semana siguiente, y trabaja para Labán durante otros siete años. Jacob, por amar a Raquel más que a Lea, está furioso por lo sucedido y, poco antes de morir, reconoce el valor de Lea.
Lea sufrió mucho por la falta del amor de Jacob, entonces Di-s vio que no era amada y la hizo fértil. Pero no encontró consuelo y los nombres que eligió para sus hijos expresaban el amor que sentía por Jacob, así como la pureza de sus intenciones.
Agradeciendo a Dios por haber visto su humillación, Lea nombra a su primer hijo Rubén: “El Señor ha visto mi aflicción (en hebreo, ra'ah) y ahora me amará (ye'ehabani) mi marido” (Génesis 29:32) . Cuando concibió otro hijo, lo llamó Simón: “Y oyó Jehová (shama) que yo no era amado” (Génesis 29:33). El tercero se llama Leví, con la esperanza de que “ahora mi marido estará ligado a mí” (Génesis 29:34). Sólo el nombre de su cuarto hijo, Judá, no está directamente relacionado con Jacob: “Esta vez alabaré (odê) al Eterno” (Génesis 29:35).
Raquel, su hermana, también sufrió mucho, pues permaneció estéril durante varios años. Un día, le dice a Jacob que si no le da hijos, morirá. Y él responde exasperado: “¿Tomaré el lugar de Di-s?” (Génesis 30:2). Para apaciguar a Raquel, accede a tomar por esposa a Bilá, esclava de Raquel, y con ella tiene dos hijos: Dan y Neftalí.
Al darse cuenta de que ya no concebía, Lea también llevó a su esclava Zilpa a Jacob, y ella dio a luz a dos hijos más, Gad y Aser. Las oraciones de Lea son escuchadas una vez más y queda embarazada, dando a luz a Isacar, su quinto hijo, y luego a Zabulón, su sexto, y dice: “D-os me dio una buena porción; Esta vez mi marido vivirá conmigo, porque le he dado seis hijos” (Génesis 30:20). Posteriormente nació su única hija, Diná.
Las oraciones de Raquel también son escuchadas y da a luz a dos hijos: José y Benjamín. Este último nace de un parto muy doloroso. La familia se dirigía a Efrat, después de que Jacob había salido de Harán con sus esposas e hijos. En su último aliento antes de morir, Raquel llama al niño Benjamín.
Nuestros sabios dicen que la aparente rivalidad entre las dos hermanas por la atención de su marido no estaba motivada por los celos. De hecho, las dos fueron elegidas por Dios para ser madres de Su pueblo. Ambas eran profetisas y sabían que eran incapaces de generar por sí solas suficientes hijos para construir la futura Nación de Israel.
Según los sabios, Lea estaba destinada a ser la madre de siete de las doce tribus de Israel. Pero esto significaba que Raquel daría a luz a un hijo único. Sintiendo compasión por su hermana, que sólo había tenido un hijo, Lea oró para que Raquel concibiera un segundo hijo. Así, ella misma sería madre de sólo seis tribus. A través de sus oraciones, Léa evitó a su hermana la humillación de dar a luz a menos miembros de la tribu que los esclavos, cada uno de los cuales tuvo dos hijos. (Esta es una de las versiones de lo sucedido).
Según la descripción del texto bíblico, Léa, que no era una belleza como las otras matriarcas, sino una figura pálida, fue sin embargo privilegiada con dos de las mayores virtudes: la humildad y la gratitud. Al nombrar a su hijo Judá, Lea se convirtió en la primera persona en la Biblia en expresar gratitud a Dios. “Yah hu Dah”, significa gracias. Por eso el Talmud afirma que “desde la creación del mundo, nadie había dado gracias a Di-s, hasta que Lea vino y agradeció al Señor”.
En Cabalá, Léa es el símbolo de “Biná”, el mundo de la energía oculta, la dimensión de la mente, el espíritu y la comprensión. Ella representa el poder de la devoción más profunda. Su grandeza le permitió ser madre de Leví, de quien descendieron quienes servirían a Di-s en Su Templo, los Cohanim y los Levitas. De Judá, su cuarto hijo, descendieron reyes, incluido el rey David, y el Mesías descenderá en el futuro.
Los textos sagrados no mencionan cuándo murió Léa, sólo que fue enterrada en la Cueva de Machpelá.
Bibliografía:
Melamed, Rabino Meir Matzliach,
La ley de Moisés