Tratados como inmigrantes indeseables por los gobiernos de Getúlio Vargas (1930-1945) y Eurico Gaspar Dutra (1946-1950), los refugiados judíos y sobrevivientes del Holocausto tuvieron decenas de Circulares Secretas en su contra que no tenían en cuenta los derechos individuales de los ciudadanos.

En el caso de recibirlos –cumpliendo los porcentajes impuestos por el sistema de cuotas, aprobado por la Constitución de 1934–, el Estado brasileño descartaba cualquier posible responsabilidad en incluirlos en la sociedad a través de asistencia y programas sociales. Frente a este descuido y omisión, la B'nai B'rith de São Paulo y la Congregación Israelita Paulista (CIP), creadas oficialmente en 1933 y 1936 respectivamente, asumieron acciones salvacionistas con el objetivo de acoger a quienes huían de la persecución perpetrada por Alemania.

Unidos contra el nazifascismo, un grupo de inmigrantes judíos invirtió esfuerzos y recursos con el objetivo de ofrecer a sus compatriotas recién llegados una experiencia plena de libertad y garantías de una vida mejor. Proporcionaron alimentos básicos, cursos de portugués, costura, guarderías y escuelas para los hijos de los refugiados, así como ofertas de trabajo y un lugar donde vivir, aunque temporalmente. Con recursos recaudados de la comunidad judía de São Paulo y con la ayuda de Comité de Distribución Conjunta Judío Estadounidense (JOINT), los líderes de la B'nai B'rith de São Paulo y del CIP buscaron favorecer la integración de los recién llegados a la vida productiva de Brasil.

A pesar de las dificultades para obtener visas en los consulados brasileños en el exterior, cientos de artistas, intelectuales y científicos lograron encontrar refugio en Brasil donde se adaptaron lentamente a la realidad brasileña. Algunos optaron por el exilio temporal y, después de los 2a Después de la Segunda Guerra Mundial, regresaron a Europa en busca de sus raíces. Otros, desencantados de sus países de origen, permanecieron aquí, dejando un legado importante para la cultura brasileña en el país.

La inmigración forzada como estrategia de supervivencia

Para este artículo, priorizamos las trayectorias de artistas cuyos derechos humanos fueron violados y que fueron perseguidos por ser de origen judío. Para entender su huida de Europa, consideramos las políticas intolerantes aplicadas en sus comunidades de origen, o dondequiera que pasaron, hasta su llegada a Brasil, entonces bajo el gobierno de Getúlio Vargas (1930-1945). Ante las restricciones impuestas por el Estado Novo brasileño (1937-1945), muchos semitas (léase judíos) tuvieron dificultades para reanudar la vida en el país de acogida y se vieron obligados a adoptar subterfugios para enmascarar su condición de apátridas o refugiados políticos. Por razones de seguridad, algunos buscaban ocultar sus nombres, prácticas judías o acento en el habla, pues corrían el riesgo de ser etiquetados como representantes de una “raza inferior”, productores de una cultura “degenerada” o seguidores de ideologías exóticas, entre ellas el comunismo, el socialismo y el sionismo.

Según la ideología nacionalsocialista, sólo la “raza aria” sería capaz de crear y mantener culturas y civilizaciones, siendo el judaísmo considerado un instrumento de destrucción cultural. Bajo el sesgo de la “raza judeo-semita” (Judío-semita), las autoridades del Reich argumentaron que la cultura producida por los judíos debía ser eliminada porque amenazaba la supervivencia de una civilización aria homogénea. La confiscación de esta producción afectó a un grupo importante de artistas alemanes, austriacos, polacos, húngaros y franceses, identificados con movimientos de vanguardia europeos como el expresionismo, el futurismo, el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo.

De un contingente de 500.000 judíos que huían del nazismo, alrededor de 86.000 obtuvieron asilo en países latinoamericanos: Argentina acogió a unos 45.000 y Brasil a unos 16.000, de diferentes nacionalidades y profesiones.

A partir de 1945, el desplazamiento humano que caracteriza a la diáspora judía entró en una segunda fase evaluada como un inmenso éxodo espontáneo marcado por el intento de retorno a la vida. Muchos intentaron “regresar a casa”, como lo hizo el pintor alemán Erich Brill, exiliado en Brasil entre 1934-1936; otros, recientemente liberados de campos de concentración y refugios clandestinos, buscaron refugio en campos de refugiados establecidos por las fuerzas aliadas en Alemania y Austria; Los más idealistas se dirigieron a Palestina bajo Mandato Británico, arriesgándose a lo largo de las rutas clandestinas marcadas en el sur de Europa. Años después, después de la guerra, emigraron a Brasil en busca de sus familias. Frente a estos constantes reagrupamientos en nuevos espacios, centenares de refugiados permanecieron en Brasil, se naturalizaron como ciudadanos brasileños y produjeron obras fantásticas que merecen nuestra atención aquí como legado cultural.

De la tragedia humana a la cordialidad brasileña

El discurso que permea la producción de los artistas judíos exiliados en Brasil, a partir de 1933, se articula en torno a dos imágenes: la tragedia humana, cuyos efectos se sintieron a lo largo de sus vidas; y la cordialidad brasileña, un mito que permeó el discurso del gobierno de Vargas, enmascarando la faceta oculta de una política antisemita. Analizando la producción de este grupo que llegó aquí huyendo de la violencia nacionalsocialista, encontramos que transformaron sus producciones artísticas en crónicas de sensaciones visuales y emocionales. Comprometidos con la Historia –como personajes de un momento de agitación en la sociedad occidental–, estos individuos, muchos de los cuales eran apátridas, emergieron de su universo trágico para interferir directamente en el universo de la creación. Transformaron cada pincelada, línea, sonido, frase o palabra en coloridas capas de choques emocionales, incorporando fragmentos de sus historias de vida con elementos de la realidad brasileña. Así lo hicieron, entre otros, Gershon Knispel, Frans Krajcberg, Lise Forell y Walter Lewy.

Las representaciones del pueblo brasileño –y, más especialmente, de los indígenas, negros y mestizos– revelan su extrañeza frente a lo nuevo, produciendo sentidos y significados sobre estos grupos distintos por sus peculiaridades étnicas y culturales. Haciendo suyas las propuestas de las vanguardias – que compartían entre sí el objetivo de realizar una renovación estética en las artes europeas – estos artistas supieron extraer del paisaje y de la vida cotidiana brasileña la esencia del carácter nacional, atraídos – extranjeros que eran – por lo exótico, lo popular y por los “tipos brasileños”. Sin embargo, nunca dejaron de lado sus identidades culturales, diferenciadas por su origen y bagaje cultural europeo. De ese mundo “gris” de la guerra se tomaron distintas perspectivas y múltiples versiones, proyectándose en una producción cultural expresiva en forma de metáforas.

Agrupados por sus tendencias audaces y controvertidas, estos refugiados contribuyeron al fortalecimiento del arte moderno en Brasil. Algunos artistas vincularon su producción al expresionismo abstracto, presentando repertorios simbólicos inspirados en su experiencia interior; Otros incorporaron en sus obras elementos surrealistas que el antisemitismo alemán consideraba “degenerados”. Este fue el caso de Walter Lewy (1905-1995), cuya primera exposición individual, en Lippspringe, fue clausurada por la Cámara de Arte Alemana, que prohibía a los judíos participar en la vida artística del Reich. En esa época, los surrealistas Salvador Dalí y André Breton buscaron refugio en Estados Unidos, y Walter Lewy, Frans Krajcberg, Franz Weissman y Samson Flexor se exiliaron en Brasil.

En el circuito cultural brasileño, decenas de estos artistas judíos utilizaron su arte como forma de protesta y resistencia al nazismo. Algunos prefirieron refugiarse en la representación de formas abstractas, recreando en Brasil su condición de “ciudadanos del mundo”. La mayoría optó por permanecer en Brasil, especialmente después de 1945, transformando su producción en un instrumento de protesta social al interpretar las ansiedades colectivas de una nueva era post-Holocausto. Cada persona, según su formación, especialidad, traumas y recuerdos, encontró su propia fórmula para interferir en la realidad brasileña de forma crítica y constructiva. Impulsados ​​por sus recuerdos y emociones, buscaron refugio lo más posible, viviendo entre mundos, como ocurrió con la artista portuguesa Maria Helena Vieira da Silva (1908-1992) que vivió recluida en su estudio de Río de Janeiro entre 1940 y 1947, como si estuviera “dentro de una cáscara de nuez”. Así fue retratada por su marido Árpád Szenes, de origen judío, durante el período en que vivieron en Brasil, como personas apátridas.

El arte comprometido de los refugiados judíos

Lejos de sus comunidades de origen (Alemania, Austria, Bélgica, Hungría, Checoslovaquia y Polonia, principalmente), estos artistas registraron sus impresiones de Brasil, cumpliendo una doble misión (política y estética) y sirviendo como mediadores de un mundo dividido. Inspirados en la vanguardia artística europea, formaron redes de resistencia contra el nazifascismo y colaboraron en la creación de espacios de identidad en tierras brasileñas. A través de sus imágenes vislumbramos visiones utópicas, delineadas por sentimientos de nostalgia y soledad. Los refugiados vivían como mariposas en un capullo, cambiando constantemente sus lugares de aterrizaje. Se sentían como visitantes temporales, esperando con ansias una nueva vida después de la guerra. Conscientes de sus identidades nacionales, no siempre negociadas, recurrieron a sus raíces culturales, tatuando sus obras con iconos y metáforas superpuestas en una especie de antropofagia indigesta.

Estos artistas tuvieron el privilegio de participar de una red social sólida y consistente que les ayudó a proyectarse como vanguardias de la modernidad. Compartiendo valores y objetivos comunes, se ganaron la confianza y la lealtad de figuras importantes de la cultura brasileña, entre ellos Portinari y Lasar Segall. Muchos permanecieron en el país en condiciones precarias, con visas temporales, viviendo en pensiones, dando clases de pintura, ilustrando libros, haciendo traducciones y escribiendo para periódicos. Estrategias de supervivencia que no siempre correspondieron a sus expectativas de extranjero culto, educado en los grandes centros productores de conocimiento de Europa.

Mediante la escritura, la escultura, el dibujo y la pintura, los refugiados expresaron su indignación ante el absurdo y los horrores practicados por los nazis y sus colaboradores. Sin embargo, fue sólo después de la guerra, estimulados por la crítica brasileña, que pudieron exponer sus obras en Europa y Brasil en busca de reconocimiento y también como una forma de mostrar el estado de sus almas, desgarradas por la emigración forzada o el exilio. Inspirados por el desencanto con su patria, buscaron interpretar la realidad brasileña, pero no siempre lograron liberarse de los dualismos, pues permanecieron divididos entre el viejo y el nuevo mundo, entre mundos. La crisis existencial era constante, cortando el diálogo directo con el pueblo. Éste fue, por ejemplo, el dilema que experimentaron escritores y pintores, entre ellos Samson Flexor, Vilém Flusser, Stefan Zweig, Maria Helena Vieira da Silva, Ernest De Fiori, entre otros.

Artistas judíos y la consolidación del arte moderno en Brasil

La producción de artistas judíos, muchos de los cuales habían sido condenados por el Tercer Reich, se unió para consolidar el arte moderno en Brasil. En el período de posguerra, sus obras comenzaron a ganar mayor visibilidad y valor en el mercado del arte moderno de São Paulo y Río de Janeiro. Algunos espacios sirvieron como puntos de respiro para quienes habían sido marginados en la Alemania nazi, incluida la Librería Askanazy, más tarde conocida como Galería Askanazy, donde tuvo lugar la primera exposición dedicada al arte moderno en la ciudad de Río de Janeiro. Miécio Askanasy –seudónimo de Mieczslaw Weiss (1911-1981), uno de los galeristas– había llegado a Brasil en 1939 huyendo de la Gestapo. Se unió a Bruno Kreitner, que firmaba como Bruno Arcadei (1904-1972), y entró ilegalmente a Brasil después de haber pasado por Suiza, Bélgica, Francia, Portugal y Colombia. En 1942, Miécio y Arcadei publicaron el libro ¿Y después de Hitler, fue eso? (¿Y después de Hitler, qué?).

Entre las estrategias adoptadas para sobrevivir en el exilio, el dúo Mieczslaw y Arcadei comenzó a vender libros puerta a puerta a refugiados como ellos, una acción que inspiró la creación de la Librería Askanasy en Río de Janeiro, que, entre 1944 y 1950, funcionó como un espacio abierto para exhibir las obras de artistas modernos. La Galería Askanazy, que se hizo conocida por su vena rebelde, hizo una contribución sin precedentes a la historia del arte moderno en Brasil. De sus encuentros surgió la oportunidad de realizar la exposición Arte condenado por el Tercer Reich, con obras que habían sido prohibidas en los museos alemanes por orden de Hitler. Esta iniciativa tuvo repercusión como respuesta al impacto causado por la exposición. Arte degenerado, celebrada en Múnich en 1937, en la que se presentó una colección de alrededor de 650 obras confiscadas a museos públicos alemanes.

Los “condenados”, invitados a exponer en la Galería Askanazy de Río de Janeiro, se identificaron con las propuestas innovadoras de los movimientos impresionista, expresionista, cubista y abstraccionista, en boga en Europa. La idea partió de la ex galerista Irmgard Burchard (1908-1964), que había expuesto en Londres con Herbert Read en 1938 y vivía en Río de Janeiro desde 1941. El catálogo de la exposición nos remite a otros dos refugiados: Ernst Feder, intelectual refugiado en la capital carioca desde julio de 1941, y Hanna Lewy, historiadora del arte colonial, belga refugiada en Brasil desde 1937, cuyas relaciones partidistas nos remontan al Partido Comunista de Francia en los años 1930 y al Partido Comunista Brasileño en los años 1940.

En São Paulo, la Galería Domus se convirtió en un punto de encuentro de estos artistas, intelectuales, críticos de arte y la prensa paulista. Fundada en diciembre de 1946 por iniciativa de la pareja de inmigrantes italianos Anna Maria y Pasquale Fiocca, abrió espacio para las obras de Lisa Ficker Hoffmann, Alice Brill, Anatol Wladyslaw, Frans Krajcberg, Roger Von Rogger y Liuba Wolf. El 25 de enero de 1945 se inauguró en la Biblioteca Mário de Andrade la Sesión de Arte Moderno, que dio origen a la primera colección pública de arte moderno de América del Sur. Esta colección incluye obras originales de los artistas refugiados Ernesto De Fiori y Walter Lewy, así como de muchos otros artistas modernos, incluidos Tarcila do Amaral, Flavio de Carvalho y Alfredo Volpi.

El primer espacio institucional de producción modernista en el país surgió en 1948. Se trató del Museo de Arte Moderno de São Paulo (MAM/SP), creado por Francisco Matarazzo Sobrinho (Ciccillo), cuyo edificio fue diseñado por Oscar Niemeyer para el complejo arquitectónico del Parque Ibirapuera. En marzo de 1949 se inauguró el MAM con la exposición Del figurativismo al abstraccionismo.

El judaísmo representado

Entre las mujeres que rompieron con el figurativismo en Brasil – estilo que valora la representación artística de la forma humana, elementos de la naturaleza y objetos – destaco la producción de Hanna Brandt, nacida en Essen, Alemania, y quien entre 1970 y 1971, produjo un conjunto de grabados inspirados en temas bíblicos, segmento que justifica la inclusión de algunas de sus obras en el libro. O Tratado judío Pirkei Avot – Ética de los Padres, edición publicada por B'nai B'rith. Estas imágenes fueron reimpresas en el libro. Raíces de un legado: B'nai B'rith 90 años (1933 - 2023), de mi autoría.  O Tratado judío Pirkei Avot – Ética de los Padres, con notas explicativas del novelista Eliezer Levin, es considerada una de las obras más importantes del judaísmo, un tratado extraído de la Torá Oral (Talmud), lleno de sabiduría. La primera edición publicada por Editora B'nai B'rith fue en 1976, seguida de otras cuatro: 1979, 1988, 1989 y 1990.

Libelos contra la intolerancia

A pesar de las dificultades financieras y de adaptación, los exiliados y refugiados establecidos en Brasil no permanecieron inertes ante la violencia totalitaria liderada por Adolf Hitler a partir de 1933. Registraron sus impresiones de Brasil, cumpliendo una doble misión: política y estética. Sirvieron como mediadores en un mundo dividido y en guerra. Como artistas, proyectaron sus ambiciones utópicas inspiradas en la vanguardia europea. Formaron redes de resistencia y, como activistas en la diáspora, colaboraron para crear espacios de identidad en tierras extranjeras, disolviendo la noción de fronteras físicas. Hoy sus imágenes son hitos importantes para vislumbrar las diferentes visiones que se dieron sobre la vida en libertad, aun cuando el exilio fue temporal y provocó sentimientos de nostalgia y soledad. Sus inquietudes nos llevan a recorrer un laberinto cuyos rincones sin salida nos remiten al (des)equilibrio, la (ir)razón y la (in)humanidad que marcaron los tiempos del totalitarismo y el Holocausto. Las obras de artistas judíos refugiados en Brasil deben interpretarse como libelos contra la intolerancia y la violencia en Europa.

Investigación realizada para Travessias - Enciclopedia de Artes, Literatura y Ciencias: el legado de los refugiados del nazifascismo, LEER/USP.

Maria Luiza Tucci Carneiro, historiadora, profesora titular de la Universidad de São Paulo. Autor de los libros: Antisemitismo en la Era Vargas; Ciudadano del Mundo; Diez mitos sobre los judíos; y organizador de la colección Discursos de Odio, entre otros títulos.