Era un rey muy joven y muy sabio, Salomón. Su padre, el rey David, poco antes de morir, convocó la corte y anunció a sus príncipes: "De todos mis hijos (porque el Señor me dio muchos), eligió a Salomón para heredar mi trono".
El nuevo rey apenas había entrado en la adolescencia, como decía su padre: "Aún es joven y muy tierno", y él mismo, Salomón, imploró la protección divina: "Soy todavía un niño pequeño, no sé cómo salir". o entrar". Comprendió así la gran responsabilidad que tendría que asumir al gobernar a un pueblo numeroso y se dirigió al Señor en busca de guía. Y se escuchó.
Una noche, en sueños, una Voz le habló: "Pide lo que quieras y serás respondido". Deslumbrado, el joven suplicó: "Dame un corazón comprensivo y sabio para juzgar y discernir entre el bien y el mal". Entonces escuchó la promesa del Altísimo: "Como no has pedido grandeza, ni la muerte de tus enemigos, tendrás un corazón tan sabio que nadie antes de ti, ni después de ti, será igual a ti. Y Tendrás riqueza y gloria como ningún otro rey tuvo ni tendrá".
Así comenzó Salomón, imbuido de la Chispa Divina, su reinado. Era un rey pacífico, un "hombre de descanso", y pronto se ganó la amistad y la admiración de los demás reyes. Lo colmaron de valiosos obsequios, que se sumaron a las riquezas que ya abundaban en el reino.
Uno de sus primeros actos fue construir el Templo, tal como lo había ordenado su padre. Para ello, buscó al rey de Tiro para que le proporcionara cedro, dándole comida a cambio. También contrató "a un hombre que sabía tallar, cincelar, trabajar el oro, la plata, el bronce, el hierro..." Y vino Chiram, de la tribu de Neftalí, "capaz de todo trabajo de cincelado y de todos los inventos ingeniosos".
A las benditas manos de Chiram se le confió la construcción del Templo. Lo construyeron en el monte Moriah en Jerusalén. Los muros exteriores se construyeron con piedras pulidas que encajan entre sí, sin necesidad de utilizar herramientas. En el interior, las habitaciones estaban revestidas de cedro, con decoraciones florales en relieve. Dos majestuosas esculturas de querubines, ambas con las alas abiertas, dominaban la sala. Dondequiera que se detuviera la vista, había una obra de arte. El oro y las piedras brillaban por todas partes, nunca había existido una obra tan suntuosa.
Al cabo de siete años, después de que se terminó el templo, el rey Salomón hizo construir dos palacios, uno para su esposa y el otro para la residencia del rey. Éste es magnífico. El edificio no sólo impresionaba por la belleza de los detalles que lo decoraban, exterior e interior, sino también por la pompa del mobiliario, empezando por el trono, todo en marfil y oro. Al mismo tiempo que el reino nadaba en prosperidad, la fama de sabiduría del rey Salomón se disparó. Sobre todo, fueron sorprendentes sus decisiones en los casos de evaluación de candidatos. La cuestión de dos mujeres que se peleaban por un bebé recién nacido quedó en la historia, sin cambios a lo largo de los siglos, ya que el hijo de una de ellas había muerto durante la noche.
- ¡Es mio! - gritó uno. - ¡Mentir! - negó el otro. - ¡Es mio! El rey escuchó las diferentes versiones contadas por ambos, reflexionó un momento y luego ordenó a sus guardias: "Traedme mi espada. Cortemos al niño por la mitad y cada uno se quedará con la mitad".
- ¡Muy bien! ¡Ni ella ni yo! - Una de las mujeres se regocijó, mientras la otra, arrodillada, suplicaba: "¡No! Dale el niño pero no lo mates".
- Ésta es la madre - decidió el rey, entregándole el niño. - Mujer, lleva a tu hijo. Ya entonces se difundía tanto la sabiduría del rey Salomón como el esplendor de su reino.
La reina de Saba, incrédula, fue a visitar personalmente al rey, para ver con sus ojos lo que había oído acerca de la pompa que lo rodeaba y, escuchándolo, demostrar su sabiduría. Le llevé, además de fabulosos regalos, una lista de preguntas enigmáticas y hasta entonces insolubles. El rey les respondió a todos, uno por uno, juiciosamente. Impresionada, la reina declaró: "Rey Supremo, has superado la fama publicitada de tu gran sabiduría".
Siguiendo su ejemplo, otros reyes acudieron a la corte de Salomón para consultarle y maravillarse de la abundancia de sus posesiones. Todo fue abundante. Los sirvientes, vestidos con un lujo espectacular, que sorprendieron a la reina de Saba, eran innumerables. En los establos relinchaban 400 caballos, mientras no estaban enganchados a los numerosos carruajes.
El rey Salomón no desperdiciaba sus horas libres en el ocio. Aprovechó este tiempo para elevar su espíritu a regiones espirituales, filosóficas y poéticas. De la pompa de su reinado, quedó para la posteridad el legado de un tesoro imperecedero: los "Proverbios", el "Cantar de los Cantares" y el "Eclesiastés". En el primero, el tema recurrente era el temor a Dios. Era consciente de que la sabiduría perdería su significado si no estuviera guiada, especialmente en términos éticos y morales, por el temor de Dios, que sólo se adquiere mediante el estudio de la Ley y la práctica de actos de bondad. En esto fue pródigo. Y Dios Todopoderoso le dio pruebas de entenderlo. Porque Salomón fue uno de los tres hombres de la historia a quienes Di-s respondió rápidamente. Durante la dedicación del Templo, oró para que Di-s respondiera las oraciones dirigidas al Templo, Su Hogar. Y he aquí, una columna de fuego desciende del Cielo, consumiendo las ofrendas colocadas en el sacrificio, señal de la respuesta Divina a tu petición.
De sus observaciones sobre el transcurso del tiempo, concluyó que "nada es nuevo bajo el sol" y, deplorando la frivolidad humana, declaró: "Vanidad de vanidades. Todo es vanidad".